Hoja de Otoño
Caes,
y un último destino
-natural y previsible-,
te obliga a completar
el tapiz húmedo de la vereda.
Moradora serás
de una decoración pasajera,
que pocos disfrutan
y todos ven.
Esa alfombra crujiente,
inevitable de pisar y romper
bajo el pie inclemente
-apurado y firme-,
del verdugo citadino
que no es capaz de llevar
un poquito de otoño a su casa;
acariciar una hoja caída,
o esconderla en la soledad
de su bolsillo de lana.
Gustavo D´Orazio - 2012